domingo, 17 de agosto de 2008

Recuerdos de una noche de verano en Venice Beach

¡Plafff! Cerramos al mismo tiempo las puertas traseras del taxi amarillo que nos condujo a la playa de Venice. "¡Paseo marítimo de Venice!", nos dijo el alegre taxista con quien hablamos de Barak Obama y la Eurocopa durante el trayecto.

La entrada en este distrito playero de Los Ángeles sigue siendo la misma que hace cuarenta años; avanzas en coche por grandes avenidas que se van estrechando al llegar a la playa, flanqueadas por interminables hileras de palmeras, tras las que se suceden numerosas casas de inconfundible estilo californiano y divertidas reminiscencias psicodélicas.

Al salir del taxi, nos dejamos caer en la arena de la playa. Era el atardecer en Venice Beach. Los contrastes de luces y sombras en la arena se mezclaban con el color rojizo de la puesta de sol, más allá de las colinas, en el lenjano camino hacia el oeste. Hacia el este, las luces de Los Ángeles brillaban al tiempo que no dejaban de salir aviones del aeropuerto, surcando el horizonte. Al sur, frente a nosotros, el misteriosamente cálido Pacífico nos acariciaba las manos con las olas de la baja mar. Estábamos tumbados sobre una dulce alfombra de arena bordada con las innumerables huellas de las gaviotas. No vimos ninguna, pero era evidente que habían estado. Mis manos olían a nostalgia de un tiempo no vivido y a mucha arena y poca sal.

Estábamos sobre el mismo lugar cuarenta y tres años después... En el verano del 65, Jim Morrison volvió a Los Ángeles de un retiro en el desierto, tras acabar los estudios universitarios. Se reencontró con Ray Manzarek en esta misma playa. Sobre la misma arena, leyó uno de sus poemas, motivo suficiente para que Manzarek le convenciera sobre la necesidad de formar una banda de rock que popularizara sus poemas, convertidos en canciones. El resto es Historia.

El poema que leyó Morrison aquella tarde de verano es "Moonlight drive", en el que habla del placer sobre la arena de la playa, y de la manera en que la ciudad devora al individuo a medida que éste abandona el mar, para adentrarse en la caverna. ¡Hombres de las praderas!, como dirían los Smash.

Hoy, la sensación desde Venice Beach sigue siendo la misma, cuando desde esta pacífica playa el mar te hace cosquillas, miras para atrás mientras la luna llena te vigila y divisas el horizonte de bombillas que te conduce a la misma caverna que obsesionaba a The Doors.

Esa caverna ya no tiene ningún oasis en el que descansar. Es un desierto. El paseo marítimo de Venice Beach está plagado de mendigos que fueron hippies en los 60. Hoy día son malavaristas a los que se les cae la chaqueta y la transgresión se ha limitado a las molestias que ocasionan a los comercios de la zona.

Sin embargo, hemos estado en el escenario donde se produjo la gran explosión hace cuarenta y tantos años. En él, se respira una estimulante calma, un lugar en el que todavía se convive pacíficamente.

Recogidas las pruebas, evaluados todos los datos, analizados hasta sus últimas consecuencias, podemos llegar a la conclusión definitiva: el rock ha muerto.

Tan sólo queda nuestra romántica presencia en el espacio del tiempo perdido... Y las huellas de las gaviotas. ¡Menudas aves! No me explico cómo los surrealistas eligieron a las palomas.

- Javi Flores Fernández-Viagas.

Fotos:

http://picasaweb.google.es/spesgmd/LosAngeles

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder Javi.. me han entrado ganas de llorar con tu crónica.. pero será verdad, vosotros habéis estado allí como testigos, mierda, no quería creerlo: "Rock is dead!" -Pronúnciese con la garganta llena de Jack Daniel's sobre un escenario como ya lo hizo el bueno de Jim 43 años atras, sniff (sniff sin maldad ninguna ojo)Dani